(Escuchando a Strauss)
Las palabras se deslizan en un contrapunteo musical, como cuando Zero se ensimisma en el teclado de su computadora mientras los números se digitan bajo sus dedos. Como cuando la escritora cree que está tocando piano y las ideas empiezan a orquestarse en un delay que se revela del otro lado de la cueva. El vals más alegre de la historia se escucha de fondo y se toma físicamente el virtuosismo de la escritora que empieza a menear la cabeza, mientras sonríe con malicia, mientras el pobre Logo, el demente, gira en la escena del carro, en una contradicción de acciones y tensiones. El personaje, el del otro, el que tiene una máscara o dos, no lo creaste, es el del camarada, ¿quién sabe cómo se le ocurrió? eso es lo de menos, piensa esa voz interna que no deja dormir a la escritora. El punto de quiebre, es más intenso cuando el personaje empieza a tocar tu piel y debe ser liberado en una serie de escenas que contengan su espíritu. Que la piel del maldito barbudo se vea alterada desde la conmoción de las acciones del personaje y no se altere en la percepción de la voz y la identidad primaria del personaje. Las trompetas y los violines agitan las cuerdas vocales de la escritora, mientras estira su cuello y se convence que su arte de timar, de contar la mejor mentira proviene de su mente. El personaje es el mismo, nada cambia, nada cambia, aunque la mente maquiavélica del creador esté en otros sesos. No hay coro, no hay coro, —le gritan a Strauss, mientras en un vaivén de sus manos dirige a la orquesta, mientras la escritora levanta la mirada y le proclama— Logo, oh maldito loco, no sabe lo que le espera en las ruinas de escrituras que inician con flashbacks, que ni el personaje parece querer recordar. —pasa saliva— ¿Acaso te han borrado la memoria? Logo, oh maldito loco. Ni el barbudo se dará cuenta que ya eres otro. —Se escuchan los aplausos— ¿Será por Strauss o será por el maldito loco? Se los dejamos a ustedes, malditos lectores.
Aquí el relato: Logo # 2 – Loop a 100 km/h
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